En el prólogo que dedicó a un
libro del psicoanalista Theodor Reik sentencia Freud que «el psicoanálisis
es un hijo de la indigencia médica; surgió de la
necesidad de auxiliar a los enfermos neuróticos, a
quienes ningún beneficio podían ofrecer el reposo, la
hidroterapia o el tratamiento eléctrico». El
electroshock y las psiconeurocirugías, antes llamadas
lobotomías, siguen empleándose en nuestros hospitales,
públicos y privados, poniendo todo el peso de la
«enfermedad» en el paciente, con el consentimiento, por
lo general, de su propia familia que expresa su
intención de que el familiar enfermo sea «curado» o
«controlado».
Marcelo Percia señala, citando a Winnicott, «que el
término psicosis da a entender que durante la primera
infancia algo faltó o no alcanzó, algo se hizo
debilidad o se sintió como tensión insoportable».
Winnicott afirma que enfermamos
psíquicamente para escapar de un colapso: «Para
abrigarnos en nuestra debilidad extrema, para
preservarnos de la destrucción. La enfermedad de esta
manera es una invención de una fortaleza inútil, un
intento de fuga malograda».
Winnicott considera a las psicosis
como el retorno de defensas que fracasan. Incluso llega a afirmar, retomando
una idea freudiana, que los delirios son intentos
fallidos de una reconstrucción, una regresión que
alberga un intento de autocuración.
Pichon-Rivière planteó que la psiquiatría, en muchas ocasiones,
consuma una expulsión que ya se puso en marcha en el
grupo familiar, indicando que cuando alguien enferma,
la familia tiende a la exclusión del enfermo, actuando
como un organismo cohesionado que activa un mecanismo
de segregación. De esta manera se margina al supuesto
enfermo para conjurar angustias que conciernen a todos.
El enfermo pasa a ser un
emergente de una problemática
familiar, previa a su enfermedad, convirtiéndose de
alguna manera en portavoz de
cuestiones silenciadas en la propia familia.
El que enferma da un testimonio
aparentemente incoherente y que él mismo no comprende.
Por paradójico que parezca, dice Pichon-Rivière, el
loco tranquiliza y protege a los otros, pasa a
ser depositario de ese resto o residuo que en realidad
es nudo de la forma de vinculación familiar. La
segregación del enfermo en ocasiones es sutil, y en
otras es violenta, pero en ambos casos es desmentida,
produciéndose un equilibrio en la constelación familiar
al precio de la enfermedad de uno de los miembros. El «enfermo», como señala
Maud Mannoni, «asume las tensiones del
grupo para salvar al conjunto».
En las psicosis, en sus diferentes
grados, las temáticas recurrentes de los delirios, es
decir, los significantes-clave, giran
habitualmente en torno al dinero --poder, delirios
de grandeza, megalomanías-- y a la sexualidad
--erotomanías-- o a la cuestión de la
filiación --esto es, la novela familiar imaginaria
y la historia afectiva de cada sujeto, que puede
desembocar en la creencia de ser descendiente de un ser
superior, poderoso, divino o inmortal. También se
pueden producir delirios de persecución consecuencia de
estas temáticas clave. Es interesante destacar que los
significantes-clave que están en juego en la psicosis
son, en definitiva, las mismas problemáticas
indiscernibles para el neurótico, a saber, la
sexualidad, el dinero, la
muerte, pero que en éste se manifiestan de
diferente modo.
«Delirar» viene del vocablo latino
lira, que significa surco, y el prefijo
de indica salir de,
abandonar, esto es, el delirante es aquel que
se sale del surco de la realidad, pero ¿de qué
realidad? La del psiquiatra que lo evalúa para emitir
un diagnóstico. Hay infinidad de casos en la clínica
que demuestran lo inútil de querer convencer a un
sujeto que delira de que las cosas no son como él las
dice. Recordemos por ejemplo el caso de una mujer
anciana que afirmaba estar embarazada: ante su
insistencia los médicos le realizaron los estudios
clínicos para «demostrarle» que no era así; enfrentada
a las pruebas radiológicas, sin embargo, la mujer
afirmó, llegando luego a denunciar a los médicos, que
los sanitarios le habían provocado un aborto con las
radiaciones de las máquinas de exploración. El delirio cumple una doble función que no debe
desconsiderarse: por un lado, al igual que un sueño,
viene a satisfacer un deseo y por otro es un intento
omnipotente narcisista de curación.
- Enrique Pichon-Rivière,
Teoría del vínculo, Nueva Visión, Buenos
Aires, 1985, p. 26.
- Maud Mannoni, El
síntoma y el saber, Gedisa, Barcelona, 2001,
p. 38.
- Donald Winnicott, El
proceso de maduración en el niño, Laia,
Barcelona, 1979, p. 112.
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