El sufrimiento nos amenaza por
tres lados:
- desde nuestro propio cuerpo, condenado al paso
del tiempo;
- desde el mundo exterior, a través de
acontecimientos y sucesos, que están fuera de
nuestro alcance y control;
- desde las relaciones y vínculos con los otros;
Todo esto nos lleva a rebajar nuestras pretenciones
de felicidad, donde en ocasiones evitar el sufrimiento,
relega a un segundo plano la búsqueda de placer.
Por otro lado, hay varios caminos para alcanzar ese
placer, esa felicidad inalcanzable; uno es buscando la
satisfacción ilimitada de todas las necesidades y
deseos que se nos surgen, incluso más allá de la
prudencia sin contemplar las consecuencias, a través de
la evasión y ocio desmedido, o el consumo de
objetos.
Otro modo de evitar el sufrimiento que los vínculos
humanos nos acarrean, es el aislamiento voluntario,
alejándonos de los demás.
Y quizá otra salida, tan recurrida desde siempre, y
acentuada en nuestro tiempo, es recurrir a los métodos
químicos: la intoxicación, a través de fármacos y
tóxicos (alcohol, drogas).
La frustración y el desamparo en nuestra tarea de
búsqueda de la felicidad, nos lleva ocasiones a estados
confusionales de abatimiento, depresión y angustia.
La angustia, emerge con sensaciones físicas
inexplicables para el sujeto y sin causa médica que la
provoque: taquicardia, palpitaciones, temblores,
ahogo... Poner palabras al dolor es labor de la psicoterapia,
para que el sujeto no quede atrapado en esos estados,
caracterizados por la aflicción moral y la culpa, ni
que se cronifiquen tratamientos farmacológicos,
abandonos de las actividades y responsabilidades
cotidianas como son el trabajo, los vínculos, el
amor. |