En un trabajo de 1957,
"Envidia y gratitud", Melanie Klein,
propuso una diferenciación de estas pasiones: los celos
se basan en el amor, su objetivo es poseer al objeto
amado y excluir al rival; la envidia por su parte, se
concreta en una acción destructiva que no consigue
liberar al que la padece de su sufrimiento, sino que lo
sostiene en ese dolor "grato" de envidiar,
se envidia a otro que posee o goza de algo a priori
deseable por el "envidioso", pero subyace
un impulso de quitar ese objeto, dañárselo o
destruirlo.
La envidia es previa, los celos se
basan en ella, pero en cambio, "comprenden
una relación de por lo menos dos", y
conciernen al "amor que el sujeto cree que le
es debido y le ha sido quitado o está en peligro de
serlo por su rival."
La furia de la envidia va más allá
de lo que el sujeto necesita, y que el objeto puede
brindar, la voracidad primordial de la envidia es
vaciar "por completo el pecho", aniquilar
lo que el otro posee, sin otro beneficio. Los celos pretenden poseer totalmente al "ser
amado", al objeto de deseo, excluyendo al
"rival". En la envidia, nos señala Klein,
el sujeto pretende colocar sus impulsos destructivos y
partes malas dentro del objeto, con el fin de dañarlo,
destruirlo y controlarlo: la envidia está impregnada de
la pulsión de muerte.
La pasión de la envidia se soporta
en la mirada, envidia:
"envidere: mirar
con malos ojos", al igual que los celos.
Pero en la envidia, no está en juego la posesión de los
bienes del otro, que al fin y al cabo no tienen ninguna
utilidad para el envidioso, sino que se envidia la
pretendida completud del sujeto con su objeto, nos
dice Jacques Lacan, atribuyendo al otro, un disfrute
que el envidioso no soporta.
En ocasiones, los llamados
"celos patológicos", aquellos que llevan a
su fin (al pasaje al acto, al crimen) la intención,
eximen, en el marco jurídico al asesino o mitigan su
responsabilidad, por mor de la fidelidad traicionada, o la supuesta posesión del partenaire: ahí
la justicia es ciega, con sus instrumentos ideológicos,
a la mirada de las pasiones en su siniestro entramado,
desresponsabilizando al que las porta.
En los "celos
patológicos" se busca una fusión total con el
objeto "amado", sin admitir las
diferencias, estos remiten a la relación simbiótica
primaria entre madre-bebé, imaginaria, narcisista, que
ya no volverá, que en realidad no existió.
Ahora bien, sin celos no se puede
vivir, si no los hay, hay que sospechar, hay calma
sospechosa, no hay deseo, están reprimidos: los celos
son estructurales, inherentes a lo humano, la cuestión
es qué hacer con ellos cuando emergen, ya que no
responden a una escena del presente, sino remiten a una
anterior, fundante del sujeto, pero que se reactivan,
se presentifican en una escena donde me siento
"excluido".
El sujeto debe hacerse cargo cuando
reclama en la ventanilla equivocada, es con mi pareja
la cuestión?, o fue con mi mamá?, a quién estoy
reclamando?. Ahí está el movimiento ético para no
matarnos entre todos y vivir en sociedad. De ahí que la
envidia sea más primitiva que los celos, ya que estos,
en su dinámica, son vía de acceso al deseo cuando son
trabajados, cuando nos hacemos cargo de ellos: no
podemos amar sin celos, pero es necesario aceptar que
el otro ni me pertenece ni puedo hacerlo equivalente a
mí, ni que sea como quiero o me complete.
Celos y envidia: los celos producen,
el celoso desea, de alguna manera lo que
"mira", pero cuando envidio, quiero
destruir lo que el otro tiene o creo que tiene y goza
con ello. Los celos requieren un trabajo de
implicación, aceptación y reconocimiento que en la
envidia, cuando emerge con toda su devastación, aún no
se produjo. |