Ciertas prácticas
psicoterapéuticas consideran que una serie de signos
más o menos observables llevan a una equivalencia
diagnóstica unívoca, como se observa, por ejemplo, en
el caso de pacientes que presentan signos de delgadez,
falta de apetito, etc., a los que se aplica
precipitadamente el diagnóstico de anorexia.
El hacer clínico de la medicina positivista,
extrapolado a los malestares psíquicos, no interroga al
síntoma, no permite que el paciente hable de su
malestar y comience a pensar qué elementos están en
juego en él. Esta práctica, que considera que los
fenómenos «psicopatológicos» están en relación
exclusiva con alteraciones o variaciones
neurofisiológicas, manifiesta una obscena prisa por
concluir, esto es, asignar un rótulo cuanto antes para
aplicar todo su protocolo de tratamiento:
farmacológico, técnicas de modificación de la conducta,
de la personalidad, autoinformes, regímenes de premio y
castigo, entre otros.
Las propuestas taxonómicas del tipo
DSM y CIE a modo de
inventario, con su pretendida neutralidad «ateórica»,
eliminan la subjetividad del paciente, que es
rápidamente ubicado bajo un rótulo, dentro del
nominalismo contemporáneo que suprime el tiempo de la
escucha de la palabra del paciente por un diagnóstico
automático estandarizado. El síntoma psiquiatrizado
hecho rótulo tiende a la homogeneización y forzamiento
a una categoría psicopatológica que no permite al
sujeto hablar de su malestar.
El síntoma psíquico no es un índice de enfermedad
con una correspondencia unívoca signo-categoría al modo
de la práctica médica somática, sino un signo de un
goce particular que produce malestar sin vínculo fijo
entre el fenómeno observable y una estructura
psicopatológica subyacente. La pretensión de evaluación
y diagnóstico positivista mediante tests psicométricos,
entre otras técnicas, devalúa el trabajo clínico.
Esto nos conduce a realizar un breve recorrido por
algunas cuestiones epistemológicas que están en juego
en el campo de las que Wilhelm Dilthey llamó ciencias del espíritu. Es una representación
natural pensar que en filosofía, antes de entrar en la
cosa misma, es decir al conocimiento efectivamente real
de lo que es verdad, es necesario llegar a un acuerdo
previo sobre el conocimiento que consideramos el
instrumento con el que nos apropiamos de lo absoluto o
como el medio gracias al que lo divisamos...
Porque si el conocimiento es el instrumento para
adueñarse de la esencia absoluta, resulta evidente que
la aplicación de un instrumento a una cosa no la deja
tal como es ella para sí misma, sino que la somete a su
transformación y modelación. Aquí Hegel plantea la
problemática, tan evidente y contemplada en la física
moderna aplicada, sobre cómo restar al resultado
obtenido en una medición la parte que corresponde al
instrumento que se introduce en la misma. Asistimos hoy
día al uso indiscriminado de tests psicométricos,
escalas de ansiedad, de personalidad, en la búsqueda de
una falsa precisión, de una matemática aplicada a la
evaluación diagnóstica del malestar psíquico,
importando una teoría del error propia de la física,
para la medición de variables psíquicas, por tanto ¿de
qué modo se puede restar el error instrumental
introducido por las condiciones de evaluación si el
instrumento de medida, es decir un sujeto, es similar
al objeto de la medición?
Recordemos que para los antiguos y vigentes griegos
la matemática significaba «(...) aquello que el hombre
ya conoce por adelantado cuando contempla lo ente o
entra en trato con las cosas (...) a lo ya conocido, a
lo matemático, pertenecen los números» . Por tanto,
asignar un «6» en una escala de depresión con un
coeficiente de fiabilidad de 0.3, es ya saber de
antemano donde colocar al paciente evaluado con la
ilusión de fijarlo en un instante de tiempo a un número
que el sujeto se llevará consigo, pretendiendo de esta
manera que la historia de las matemáticas, capturada en
un informe psicométrico, dé cuenta del malestar de un
sujeto.
El epistemólogo francés Gaston
Bachelard, planteó numerosos casos donde la
generalización de la ciencia es evidentemente
inadecuada, tal es el caso siempre de:
«(...) la idea de tabla, que parece ser
una de las ideas constitutivas del empirismo clásico,
funda un conocimiento completamente estático que tarde
o temprano traba a la investigación científica (...) la
constitución de una tabla no hace sino generalizar una
intuición particular, agravada por una encuesta
tendenciosa... es tan cómodo para la pereza intelectual
refugiarse en un falso empirismo, llamar a un hecho un
hecho, y vedarse la investigación de una ley».
La asignación de un diagnóstico a través de
instrumentos evaluadores implica una operación de
analogía, esto es, una relación de correspondencia
entre los síntomas manifiestos de un sujeto o los
signos que el evaluador percibe y los síntomas
enumerados de antemano en las tablas de los manuales
diagnósticos. De este modo el diagnóstico se obtiene
estableciendo una equivalencia entre un número de
síntomas observados en el paciente por parte del
evaluador y los que éste encuentra en dichos manuales
clasificatorios, quedando el síntoma reducido a una
única y exhaustiva significación de valor fijo y
permanente: borderline, drogodependiente, hiperactivo,
de autoestima baja, anoréxico, etc. ¿Sería posible una
rectificación por parte del paciente de la posición
subjetiva que ocupa en sus vínculos que construyó y
sostiene, una vez anclado en una categoría clínica
impuesta por una pretendida objetividad científica del
evaluador de turno, con la consecuente imposición y
presión identificatoria del rótulo que cortocircuita el
malestar o lo real del síntoma, calmando, en todo caso,
la angustia del evaluador con su saber
científico-médico?, ¿no hay aquí una violación del
precepto hipocrático que marca el diálogo con el
paciente que co-construiría con el médico el
diagnóstico, el pronóstico y el recorrido clínico en un
intento de salir del malestar del espíritu? La
obscenidad de las tablas diagnósticas cerradas sobre sí
mismas, reduce al paciente a un estado de pasividad,
donde ya no tiene nada que decir ya que el evaluador y
los manuales clasificatorios hablarán por él y de este
modo sólo se espera que el paciente se limite a
cumplimentar registros de autoevaluación, modifique su
conducta en un sentido prefijado, etc. Detrás de la
idea de evaluación psicológica y psicométrica del
estado «mental» del evaluado, mediante técnicas
objetivas, sean éstas aparatos de registros, mediciones
psicofisiológicas del sudor, palpitaciones, etc.,
técnicas proyectivas, autoinformes, test de
personalidad, con sus coeficientes de fiabilidad y
validez o grado de confianza, acecha un delirio
evaluativo de fijar al evaluado a un estado y asignarle
un valor numérico a su malestar, creyendo el evaluador
que de esta manera da sentido al malestar del sujeto,
cuando en todo caso se limita a darlo a su propia
función. (...) la investigación matemática de la
naturaleza no es exacta a priori por el hecho de que
calcula con exactitud. Por el contrario, todas las
ciencias del espíritu, e incluso todas las ciencias que
estudian lo vivo, tienen que ser necesariamente
inexactas si quieren ser rigurosas.
El acercamiento de ciertas corrientes
psicoterapéuticas y de la psicología «oficial» a la
psiquiatría positivista, instalada en la medicina
prescriptora de fármacos, parece ser un intento de
congraciarse con ella, dejando una psicología reducida
a una simple técnica de aplicación de protocolos, que
paradójicamente postula el derecho de ser reconocida
como una profesión sanitaria. Psicología que a la vez
es subestimada por la propia psiquiatría que no le
reconoce alcance clínico o «sanitario». Por su parte
los colegios profesionales de psicólogos y los
programas universitarios de psicología adhieren a los
manuales clasificatorios psiquiátricos y a su vez
proponen nuevos rótulos diagnósticos desde un
pretendido saber clínico y científico, rótulos del tipo
bullying, mobbing, burnout, etc. Estas inclinaciones o
desvíos señalados desembocan en prácticas
psicoterapéuticas que tras una retahíla de rótulos
ocultan la clínica de la angustia, del deseo, del vacío
y sus múltiples rostros, prácticas que pretenden la
obtención de un «yo» modelado según la idea del
terapeuta que opera como modelo identificatorio
(imaginario) y que a su vez desconoce el efecto
identificatorio que produce el rótulo diagnóstico en el
paciente. Así mismo cuando se quiere dar una
explicación causal de la problemática que presenta un
paciente, se recurre a la idea de «personalidad»,
recurso con el que se pretende dar cuenta de las
diferencias de actuación entre los sujetos,
interpolando algorítmicamente la «personalidad» entre
el estímulo E (mundo exterior) y la respuesta R (conducta) que manifiesta el paciente.
De aquí surgen algunos interrogantes: ¿cómo responde
el refuerzo «premio-castigo» a la insistencia del
sujeto en caer en su destrucción a través del alcohol,
la velocidad, etc.?, ¿qué hay que premiar o castigar
para que el paciente «modifique su conducta» cuando en
verdad es empujado por una pulsión compacta y abisal, a
saber, la pulsión de muerte?
Un ejemplo de esta práctica clasificatoria es el
manual diagnóstico DSM-IV, que
contempla los siguientes trastornos de la personalidad
(entre paréntesis su equivalente en el manual
CIE-10):
Trastornos de la Personalidad segun
el DSM-IV (CIE-10)
F60.0 |
Trastorno paranoide de la personalidad |
(301.0) |
F60.1 |
Trastorno esquizoide de la personalidad |
(301.20) |
F21 |
Trastorno esquizotipico de la
personalidad |
(301.22) |
F60.2 |
Trastorno antisocial de la personalidad |
(301.7) |
F60.3 |
Trastorno limite de la personalidad |
(301.83) |
F60.4 |
Trastorno histrionico de la personalidad |
(301.50) |
F60.8 |
Trastorno narcisista de la personalidad |
(301.81) |
F60.6 |
Trastorno de la personalidad por
evitacion |
(301.82) |
F60.7 |
Trastorno de la personalidad por
dependencia |
(301.6) |
F60.5 |
Trastorno obsesivo-complusivo de la
personalidad |
(301.4) |
F60.9 |
Trastorno de la personalidad no
especificado |
(301.9) |
Entre dichos trastornos veamos como ejemplo los
criterios diagnósticos para determinar un trastorno de
la personalidad:
Criterios
diagnosticos generales para un trastorno de la
personalidad DSM-IV |
A. Un patrón permanente de
experiencia interna y de comportamiento que se
aparta acusadamente de las expectativas de la
cultura del sujeto. Este patron se mnifiesta en
dos (o mas) de las areas siguientes:
1. Cognición (por
ej. formas de percibir e interpretarse a uno
mismo, a los demas y a los acontecimientos).
2. Afectividad (por ej. la gama, intensidad, labilidad y
adecuacion de la respuesta emocional).
3. Actividad interpresonal.
4. Control de los impulsos. |
B. Este patrón persistente
es inflexible y se extiende a una amplia gama
de situaciones personales y sociales. |
C. Este patrón persistente
provoca malestar clinicamente significativo o
deterioro social, laboral o de otras areas
importantes de a actividad del individuo. |
D. El patrón es estable y de
larga duracion, y su inicio se remonta al menos
a la adolescencia o al principio de la edad
adulta. |
E. El patrón persistente no
es atribuible a una manifestación o a una
consecuencia de otro trastorno mental. |
Estos criterios descriptivos y vagos
no dicen nada de la posición subjetiva del paciente en
el mundo que le rodea: no contemplan sus deseos,
temores, abatimiento, servidumbres y angustia. En todo
caso el diagnóstico precipitado tiene como mínimo dos
efectos inmediatos: por un lado, da al paciente un
elemento al qué aferrarse y con el que identificarse,
esto es, nombrarse, pudiendo justificar así sus actos,
y por otro, al profesional sanitario le otorga la
creencia de cumplir con su misión clínica. La
evaluación diagnóstica instrumental es un acto
intimidatorio para el paciente y de cierre para su
discurso. Incluso un autor reconocido como
Eugen Bleuler , pese a las
imperfecciones de su obra y sin renegar del organicismo
sobre el que sostuvo su modelo de trastornos mentales,
fundamentalmente el de la esquizofrenia, planteó la
exigencia de una comprensión de los cuadros
nosográficos que vaya más allá de las descripciones
estadísticas de los síndromes para «darle un sentido
que concierna al ser mismo del hombre». |